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Carlos Sánchez, escritor sonorense

Carlos Sánchez, escritor sonorense

Leer una historia de Carlos Sánchez trae consigo varias reacciones. Uno la siente como bofetada en seco, un chorro de agua fría, el rayo de luz abriendo violento los párpados y el entendimiento.

Pero también es la invitación a reconocer, a recordar, que la belleza, como la verdad, es invencible, universal, efímera, sin lógica, y que también brilla, sublime, en los más destartalados escenarios, en las más sórdidas biografías.

En el café de un conocido hotel de la ciudad, elegido por el escritor como punto para la entrevista, se alcanzan a ver nítidamente desde el ventanal, del otro lado del vado, las casas amontonadas que conforman el barrio de Las Pilas, el cual vio crecer a Carlos y lo nutrió de tantas historias, le rodeó de una extendida familia de vecinos y amigos y una casa con privilegiada vista al cerro de la Campana. Este barrio, como tantos, un voraz escenario para una vida re-concentrada, lo forjó como persona y como escritor.

Carlos Sánchez es escritor autodidacta. No terminó la escuela media y desde joven empezó a ejercer su oficio original: carrocero. Batalla al intentar trazar el origen de su interés en el oficio literario, como quien vive su destino ineludible y, ante mi insistencia en saber cuál fue su primer libro, qué figura o evento lo empujó a escribir sus primeras líneas, responde, no muy convencido: “pues… el primero fue El Apando de José Revueltas, luego vinieron, no sé, El llano en llamas, de Juan Rulfo… en realidad he leído muy poco para todo lo que hay que leer” regresa el autor.

Escribir, para Carlos Sánchez, ha sido su manera de trascender.

Justo como el fútbol fue para él cuando era chamaco (deporte que define como “poesía” y del que asegura que “le salvó la vida”), o como el graffiti para otros tantos, escribir para él ha sido una forma “de decir ¡presente! en la vida”. Sólo que este acto de encararse con la muerte y de ganarle la batalla, Carlos no lo ejecuta en solo: el dos veces ganador del Premio Estatal de Letras –en 2010 con Matar y este año con Házlo por mi corazón– confiesa sentirse en deuda con el barrio, con su origen, y es por ello que su acto de salvación simbólica, su “decir ¡presente! en la vida”, lo hace en colectivo.

En sus historias del barrio y de la pinta (la cárcel), inmortaliza a tantos personajes, sus compas, a las esquinas de mezquites y pinos, a los actos de violencia individual y social, y también al sublime momento en que la nobleza gana a la fuerza, en que la fraternidad y la sonrisa se sobreponen a un presente que cae pesado, mezquino.

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Casa RR.

Hay otra actividad importante en la vida de este autor: la de compartir su pasión por las letras e invitar al democrático acto de verterse en tinta sobre un papel -tallerear. Empezó a impartir talleres literarios en la cárcel hace ya tres décadas, iniciado por quien fuera su amigo del alma, el gran poeta sonorense Abigael Bohórquez. Desde entonces no ha parado, forjando ahí adentro entrañables amistades y grandes escritores.

Carlos Sánchez, quien destaca también en la escena literaria nacional, es autor de Linderos alucinados, Señales versos, Aves de paso, Purobarrio, De efe, Desierto danza, entre otras obras, y dirige desde 2000 La Cábula, casa editorial con la que ha publicado su trabajo en bellos y bien cuidados ejemplares.

Textos / Fotos
Claudia Cecilia Quijada

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