Uno de ellos es la amistad de la cerámica y la escultura con la arquitectura, porque hoy, Adán Paredes entiende que nadie conoce tan bien los secretos de los espacios como la tierra, que ampara, contiene y nutre como útero materno.
En el principio, el barro milenario ya habitaba en Adán y, al hundir sus manos infantiles en la tierra se reconoció como su hijo; luego, como todo niño, abandonó el paraíso envuelto en el olvido y el deseo de retornar. Al crecer, Adán Paredes cavó hondo en busca de sus orígenes, se hizo arqueólogo en el camino, miró el rostro de antiguos dioses de arcilla y de ellos recibió el soplo divino, la inspiración para explorar los sitos arcanos de su propio ser y descubrir un universo, rico y virgen, a la espera de un lenguaje que lo moldeara.
Atravesó por el conocimiento del agua, la tierra, el aire y el fuego para hacer suyas las técnicas de la cerámica, cada elemento fue su maestro: el primero le mostró la tenacidad, el segundo la paciencia, el tercero la fuerza que emana del corazón, y el último el poder transformador de la mente. Así, Adán comenzó a dar forma a su mundo interno que emergió con la vastedad del océano, la intimidad del náufrago y la colectividad de mil rituales, en piezas que tocan y son tocadas para conversar con lo sensible.
Más de treinta años han transcurrido desde que Adán Paredes comenzó a develar la memoria en busca de su paraíso, dejó tiempo atrás el asfalto estéril de la Ciudad de México para afincarse y echar raíces en la rica tierra oaxaqueña donde día a día nuevos hallazgos continúan emergiendo a la superficie.
Comprende también que arquitectos y escultores, al delimitar los contornos internos y externos de sus obras, emulan a la madre primigenia, y buscan alimentar con luz, aire, temperatura, formas y sonido a quienes conviven con ellas. Por ello, en los últimos años ha entablado un estrecho diálogo con arquitectos como Legorreta + Legorreta, Claudia López Duplan, entre otros, colaboraciones que se han materializado en espacios simbólicos que arropan a sus habitantes y les recuerda su esencia cálida y humana.
Un descubrimiento reciente, que procede de lo más recóndito de su historia, es la fraterna relación entre la cerámica y la gastronomía, herederas ambas de la más añeja alquimia del planeta. La una y la otra se gestan en pacientes procesos de mezclas, combinaciones y sublimaciones que se cuecen a fuego lento o a altas temperaturas, para obtener, más que un producto, el germen de una comunión transformadora.
Con esta idea, el maestro Paredes participó en la creación de prestigiosos restaurantes, dotándolos con muros y murales que brindan espacios propiciatorios para la experiencia ritual del comer. Esta veta creativa no se detuvo ahí, sino que se metió hasta la cocina donde se enriqueció y llenó de sabor.
Actualmente Adán Paredes colabora con grandes chefs nacionales e internacionales, junto a ellos elabora conceptos culinarios en los que los gastrónomos se ocupan del contenido y él del continente, vajillas que se hermanan con los alimentos y conforman una ofrenda destinada a los sentidos de los comensales.
Como buen arqueólogo, Adán Paredes sabe que un encuentro lleva a otro, y la exploración gastronómica lo ha traído hasta nuestro estado, donde la cultura del desierto y los pasos de los andantes, del pasado y presente, lo han conducido a reconstruir las ruinas de un antiguo naufragio y a tender un puente entre Oaxaca y Sonora, cuyo punto de arranque será la exposición “Anhelos extraviados, náufragos en el desierto”, que tendrá lugar en el Museo de Arte de Sonora (MUSAS) en febrero de 2017.