Textos
Claudia Cecilia Quijada
Fuentes
Letras libres (10/2004)
Luis Barragán, Ser y habitar.
El país cultural (05/2010)
La obra de Luis Barragán.
Once TV (2002) Luis Barragán, Retrato íntimo.
Discurso de Luis Barragán al recibir el premio Pritzker de Arquitectura (Dumbarton Oaks, junio de 1980).
Luis Barragán se revela como un hombre excéntrico y divertido en las anécdotas, pero otra mirada sobre él –la que facilita su biblioteca, con tomos literarios, místicos y filosóficos señalados, llenos de notas y reflexiones al margen – también presenta a un ser en extremo sensible, alguien incapaz de tomar la vida con liviandad. A muchos no sorprenderá esta otra faceta de nuestro personaje, por ser la naturaleza sensible y profunda, incluso rayando en el desasosiego, el perfil arquetípico del artista genial.
Así, detrás de la paleta de bellos tonos, de los trazos limpios, de las vistas pasmosas, de los jardines de solemnes fuentes e, incluso –como señala María Emilia Orendáin, quien estudió la biblioteca del arquitecto y comparte interpretaciones en el libro En busca de Luis Barragán–, de su imagen de gentleman y dandy, se encuentran profundas tribulaciones, de las cuales supo hacer fermento para la bella manifestación de su sensibilidad.
Luis Barragán nace en 1902, en el seno de una familia acomodada de Guadalajara y pasa su infancia y juventud en una hacienda en Mazamitla, Jalisco. Como comenta Orendáin, fue forjado bajo una estricta educación católica, la cual contrastaba enormemente con la vida más liberal del medio urbano y cultural al que se vio expuesto durante sus viajes y cuando mudó su residencia a la Ciudad de México. La fricción entre estos dos mundos, según la biógrafa, fue para Barragán fuente de tensión y sufrimiento durante su vida. Tras haber hecho estudios de ingeniería –en los cuáles tomó algunas asignaturas dedicadas a la arquitectura–, emprendió en 1924 su primer viaje por Europa, durante el cual vivió experiencias que inspirarían los intereses y elementos estéticos más constantes en su obra.
Durante este viaje se puso en contacto con el International style, apelativo que se daba en la época al estilo moderno que iba abriendo su camino en el viejo continente. Ahí conoció obras y figuras clave de la arquitectura contemporánea, como Le Corbusier. Sin embargo, el encuentro más definitivo que el mexicano tuvo en este viaje fue con Ferdinand Bac, autor del libro Los jardines encantados.
El mismo Barragán concede “(…) fue Bac quien despertó en mi el anhelo de la arquitectura de jardín”. Asimismo, otro encuentro que dejaría perenne huella en el espíritu y obra de Barragán fue aquel que tuviera con el paisaje del Jardín de los Mirtos en la Alhambra: “Jamás me ha abandonado tan memorable epifanía y no es casual que desde el primer jardín que realicé en 1941, todos los que le han seguido pretenden con humildad recoger el eco de la inmensa lección de la sabiduría plástica de los moros de España”.
Llama la atención que el discurso de Barragán alrededor de la belleza arquitectónica y del paisaje, esté plagado del lenguaje religioso –su “epifanía” al contemplar el Jardín de los Mirtos, y, como rezara durante su aceptación del premio Pritzker en 1980, “al arquitecto le toca anunciar en su obra el evangelio de la serenidad”–. Sería un error calificar lo anterior como una pose estilística: la belleza, para Barragán, era un instrumento espiritual, casi místico.
María Emilia Orendáin encuentra una estrecha conexión entre la obra de Barragán y algunos de los textos más subrayados de la biblioteca del arquitecto: aquellos en los que San Francisco de Asís habla sobre “la desnudez, tener poco y necesitar poco, sobre la pureza, el blanco, sobre la pureza de corazón, en fin, cosas que luego reconstruimos en términos espaciales en su obra”.
Sin embargo, no debemos pensar que Luis Barragán se consagró sólo al espíritu. El arquitecto Fernando González Gortázar nos ofrece, en uno de los muchos ángulos con que vamos formando de Barragán su Retrato íntimo –documental producido por Once TV– una visión distinta del arquitecto: “era un hombre profundamente dedicado al espíritu, y profundamente dedicado a la materia, a la materia dinero.
Y con gran éxito”. Con esto, González Gortázar hace referencia a la primera etapa de Barragán en la arquitectura: aquella en la que se dedicó de lleno a la planeación y construcción de fraccionamientos y urbanizaciones en la Ciudad de México, creando complejos habitacionales como Lomas Verdes, en los cuales el arquitecto cuidaba cada aspecto para hacer que las obras fueran más rentables y, sin embargo, como considera González Gortázar, aun así resultan geniales. La etapa posterior de Barragán, cuyo inicio suele ubicarse en 1940, es una caracterizada por el alejamiento de la arquitectura en serie para dedicarse a la construcción de jardines, entre los cuales se encuentran los de Tacubaya, San Jerónimo y el parquefraccionamiento Pedregal de San Ángel. La tercera etapa del artista empieza en 1943 con la ampliación y reforma de su casa en un barrio popular de Tacubaya –la hoy casa-museo Luis Barragán, nombrada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO–, y se extiende hasta el final de su actividad en 1981. Esta última etapa se caracteriza por su entera consagración a cada obra: “Luis no agarraba más que una obra a la vez y, cuando la agarraba, se dejaba ir en eso. Se obsesionaba y no pensaba más que en eso”, refiere su amigo y colaborador Andrés Casillas.
Terminamos este breve atisbo al más grande arquitecto mexicano contemporáneo con un extracto de su memorable discurso de aceptación del Pritzker, máximo galardón en su arte. Con estas palabras se nos invita a reconsiderar la imagen de Barragán, y la de tantos artistas, de ser simples obsesionados de la belleza quienes, en un acto neurótico, subordinan el resto del mundo a este valor; se nos invita, en cambio, a experimentar, desde la piel del artista, la belleza como catalizador de las más nobles y sublimes experiencias: “En proporción alarmante han desaparecido en las publicaciones dedicadas a la arquitectura las palabras belleza, inspiración, embrujo, magia, sortilegio, encantamiento y también las de serenidad, silencio, intimidad y asombro. Todas ellas han encontrado amorosa acogida en mi alma, y si estoy lejos de pretender haberles hecho plena justicia en mi obra, no por eso han dejado de ser mi faro”.